AIXELA-CABRÉ, Yolanda (2019): La gestión de la diversidad religiosa, étnica y cultural en Europa en el siglo XXI. La variedad de las visiones nacionales, Barcelona, Edicions Bellaterra

Por Mónica Cornejo Valle
Profesora Contratada Doctora del Departamento de Antropología de la Universidad Complutense de Madrid. Co-directora del grupo de investigación GINADYC (Grupo de Investigación en Antropología de la Diversidad y la Convivencia)

AIXELA-CABRÉ, Yolanda (2019): La gestión de la diversidad religiosa, étnica y cultural en Europa en el siglo XXI. La variedad de las visiones nacionales, Barcelona, Edicions Bellaterra
02 de Julio de 2019

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En unas sociedades cada vez más complejas, resulta imprescindible un constante análisis de los modos en que la diversidad va siendo objeto de distintos tratamientos políticos y jurídicos que garanticen la construcción y consolidación de sociedades justas orientadas a asegurar y proteger la convivencia en armonía y justicia. Este es el objeto de La gestión de la diversidad religiosa, étnica y cultural en Europa en el siglo XXI de Yolanda Aixela-Cabré. Partiendo de una perspectiva antropológica de la diversidad cultural, la autora revisa tres grandes líneas de abordaje político de la diversidad en varios países europeos, principalmente en Francia, España, Reino Unido, Países Bajos y Portugal, abordando no sólo la descripción de las características nacionales y el análisis comparativo de sus estrategias sino haciendo propuestas concretas sobre los modos en que podemos constituir la unión continental en lo que identifica como los “Estados Unidos Europeos”.

Desde el principio del texto algunos de los elementos de análisis que ya se van poniendo de manifiesto como cruciales son la presencia de ciertas perspectivas reificadoras de lo cultural y la dificultad para diferenciar lo religioso, de lo étnico o de lo cultural. En este sentido, el primer capítulo parte de un análisis de cada país en el que la historia cultural particular de cada uno comparece como el origen también de las particulares nociones nacionales de sí mismos, una identidad. El sentido de lo que la identidad nacional es en cada lugar tiene un profundo impacto en la perspectiva de la diversidad que se va a desarrollar en cada país. Así, identidad y diversidad se presentan como elementos articuladores uno del otro, al tiempo que ni la identidad ni la diversidad son concebidos de forma esencialista sino, al contrario, como resultados de procesos históricos concretos que cada país ha atravesado con distintos resultados en términos de memoria, símbolos y afectos colectivos. Desde esta perspectiva constructivista, resulta interesante contemplar cómo la diversidad respecto a las identidades nacionales ha supuesto un reto muy notable en la gestión pública en cada uno de los casos analizados, especialmente, en la medida en que los estados-nación nacieron sobre premisas (y expectativas) identitarias particulares que son desafiadas por las reivindicaciones multiculturales actuales, propias de la progresiva complejificación y diversificación social del último siglo.

Una interesante reflexión derivada de la constatación del reto de gestionar la diversidad desde los estados concebidos como naciones es la diferenciación, forzosa en el contexto del pluralismo cultural y religioso, entre nacionalidad y ciudadanía que deriva en una reflexión más general sobre los modos en que se practica la democracia en nuestros países. En este sentido, la autora señala cómo la democracia basada en la representación obedece a un concepto de representatividad anclado en las presunciones sobre la identidad nacional y su convergencia con la condición de ciudadano, mientras que las reivindicaciones multiculturalistas han venido poniendo de manifiesto que la equidad y la justicia en la gestión de la diversidad requieren, entre otras cosas, un enfoque más participativo de la democracia, uno en el que no se asuman de partida las nociones y prenociones culturales de la mayoría como criterios para la gobernanza. Es muy interesante en este sentido, su reflexión sobre los retos y posibilidades de la construcción de unos “Estados Unidos Europeos”, que se propone como una revisión de los fundamentos identitarios de la Unión a fin de afirmar la identidad continental desde la riqueza de la convivencia plural y las diversidades identitarias.

Una de las aportaciones más interesantes del trabajo de Yolanda Aixela-Cabré es el segundo capítulo de este libro. A pesar de los muchos y profundos cambios en la conformación de las sociedades modernas y la consolidación de sus valores democráticos, la gestión de la diversidad cultural, étnica y religiosa de los países europeos sigue siendo heredera del imaginario colonial. Este aspecto está tan marcado que incluso en países con un pasado colonial limitado, como es el caso de Alemania, resulta llamativo el hecho de que las políticas contemporáneas mantengan vigente creencias y valores propios de las épocas en que los estados europeos afrontaron por primera vez la representación y la gestión de la otredad cultural más allá del propio continente. Esta reflexión parte de la constatación de que un análisis comparativo entre las distintas políticas de la gestión de la diversidad en los países europeos objeto del estudio resulta en una continuidad de las premisas y valores de los tres grandes modelos coloniales y postcoloniales en la gestión de la diversidad étnica y cultural: el asimilacionismo, el multiculturalismo y la interculturalidad. Estos tres modelos, cada uno practicado de formas distintas por distintos gobiernos y países, nacieron como estrategias para reconocer los derechos de ciudadanía y permitir su ejercicio por parte de grupos no representados o no reconocibles por las identidades nacionales primarias sobre las que se construyeron los estados europeos en cuanto metrópolis, que a su vez deseaban establecer su legitimidad política no sólo sobre una única identidad que reflejara la historia de un territorio particular, sino también sobre la defensa de una unidad sociopolítica más extensa que incluyera, de distintos modos, al “otro” histórico, social y simbólico. Hoy en día, al menos una parte de aquel imaginario nacional y colonial sigue vigente en estas tres estrategias clásicas. La autora atribuye a Francia y España el asimilacionismo, el modelo multicultural es atribuido a Gran Bretaña y Países Bajos, y Portugal es identificado aquí con la perspectiva multicultural.

Sin salir del segundo capítulo, otro de los elementos cruciales de La gestión de la diversidad religiosa, étnica y cultural en Europa en el siglo XXI es la puesta en perspectiva de la diversidad religiosa, aunque se presta una atención específica al Islam en Europa. Si rastreamos el germen del pluralismo religioso en las sociedades contemporáneas veremos que no necesariamente guarda relación con la otredad cultural, como es habitual presentarlo en numerosas ocasiones. Así como algunos países han tenido una historia religiosa particularmente unida a determinadas confesiones, otros países europeos cuentan en su memoria simbólica y emocional con el pluralismo religioso como uno de sus rasgos de identidad específicos. Lo que resulta, llamativo en este texto es que en el momento de abordar la especificidad de la diversidad religiosa, ésta queda muy desdibujada en el tratamiento general de la diversidad étnica y cultural, así como en el imaginario colonial y postcolonial. Esto se aprecia particularmente en el caso al que se dedica una atención más especial, el Islam. Si bien en la muestra de análisis no se incluyen los territorios de la Europa musulmana (Bosnia-Herzegovina o Albania), en los países analizados resulta evidente a la autora que el tratamiento del islam ha venido obedeciendo a una imagen colonial de la otredad y a un tratamiento mixto de la diversidad religiosa islámica como diversidad simultáneamente cultural y étnica.

Este aspecto del análisis no me parece exento de controversia, pues en diferentes niveles institucionales, en distintos países, podemos encontrar también diversidad de tratamientos de la cuestión produciéndose escenarios de gran complejidad. En el caso particular del Estado Español, el tratamiento de la diversidad religiosa en el más alto nivel del estado ha buscado en las últimas décadas implementar una política distintiva y específica, no asimilable al tratamiento de la diversidad étnica y cultural, en el que la condición islámica no constituye (ni se espera que constituya) una particularidad étnica ni cultural, del mismo modo que no lo hace el Evangelismo u otras denominaciones y confesiones. De una forma bastante interesante, en este nivel se asume que la diversidad religiosa es una particularidad electiva que jurídicamente corresponde a los individuos y grupos particulares, y no necesariamente a sujetos identitarios difusos como la etnia y la cultura. No obstante, como señala la autora, es al mismo tiempo cierto que en los niveles locales, donde la convivencia se expresa y experimenta de forma directa, conflictos sobre el pañuelo islámico o la apertura de mezquitas  muestran cómo algunas autoridades locales pueden tratan los temas con un sesgo asimilacionista que también asume la identificación entre el Islam y las identidades étnicas, nacionales, lingüísticas y culturales de los implicados. Frente a estas continuidades en el imaginario popular y político de la otredad, y particularmente del Islam, la autora propone una renovación de nuestros conceptos de ciudadanía y también una reinvención de las identidades colectivas a partir de memorias compartidas.

A esta propuesta dedica Aixela-Cabré el tercer capítulo, que comienza explorando cuáles son los obstáculos y contradicciones de los estados para integrar la diversidad y tratar aquellas inequidades sociales cuyo origen es la diferencia cultural, étnica y religiosa, entre los que se cuentan la racialización de la inmigración, el racismo cultural, las diversas gramáticas de la alteridad, teñidas de los imaginarios coloniales, o las distorsiones de la imagen del otro que se usan y manipulan para justificar la exclusión social y limitar la integración (y particularmente el ascenso social) de las minorías culturales, étnicas y religiosas. Frente a estos obstáculos se propone apostar decididamente por la visibilización de las distintas diversidades como uno de los medios fundamentales para promover un mejor conocimiento del otro y la superación de los estereotipos, asumiendo que este mejor conocimiento del otro debe ser el punto de partida de la gestión de la diversidad. A partir de aquí, también se proponen diversos mecanismos de corrección de las desigualdades de raíz diferencialista que incluyen algunas medidas más clásicas, como la condena de la violencia contra el diferente, la educación en diversidad, la propiciación del diálogo y el encuentro, romper con los estereotipos o rescatar memorias invisibilizadas que faciliten la convivencia desde la reconstrucción de una memoria común y positiva. Además de estos mecanismos, también se propone explorar otras líneas como la sostenibilidad social de la diversidad, el apoyo del multilingüismo, la aplicación de una perspectiva interseccional sobre la diversidad o el refuerzo, por parte de los Estados, de las estrategias de identificación y representación de la diversidad, con medidas específicas para su protección. De una forma transversal, además, se plantea la necesidad de aplicar una perspectiva que trascienda los niveles administrativos en los que se inserta cada territorio para acceder a una perspectiva más global de la integración, en la que el nivel local y las estructuras transnacionales pueden trabajar conjuntamente en el desarrollo de los mecanismos que han de promover la superación de los obstáculos convivenciales.

Como síntesis, la autora apunta que su objetivo general con esta obra no es otro que el de contribuir a la creación de sinergias para mejorar la gestión de la diversidad y la convivencia, así como el abordaje de las tensiones, contradicciones y conflictos que pudieran surgir en esos contextos. Toda la argumentación lleva a la propuesta de dos instrumentos que, en interacción mutua, se plantean como las dos grandes claves para “mejorar el consenso social en nuestros sistemas políticos” (p. 22), la memoria común y la ciudadanía compartida. A partir de estos dos conceptos específicos, Aixela-Cabré pone un énfasis especial en la recuperación de los recuerdos comunes que faciliten la reconstrucción de identidades colectivas inclusivas. Asumiendo que todas las identidades son construcciones cuya vigencia no depende de la veracidad histórica sino de su capacidad para dar sentido a las experiencias del presente, apostar por la recreación de una memoria inclusiva común se plantea como una herramienta para abordar un futuro esperanzador en el que los conflictos se hayan neutralizado desde la equidad, aunque sin duda ello implicará un arduo trabajo político que pasará por trabajar este nuevo imaginario desde el currículo escolar hasta el más alto nivel administrativo, pasando por la sociedad civil. Pero en complemento a esta estrategia, también la promoción de la ciudadanía compartida se propone como instrumento imprescindible desde el que promover la ayuda mutua, la complementariedad, la corresponsabilidad. Desde este punto de vista, la diversidad étnica, cultural y religiosa, no puede seguir siendo tratada únicamente como un factor de conflicto, porque, como dice la autora: “Tras el conflicto, nadie recordará cual fue el desencadenante para rechazar a una parte de la sociedad y todos sufriremos las consecuencias en términos de inseguridad, indiferencia, insolidaridad, decepción y desapego” (p.25). Al contrario, debemos reformular nuestra gestión de la diversidad desde una memoria y una concepción de la ciudadanía en las que la diversidad sea valorada como una riqueza social y cultural colectiva en la que tanto individuos, como colectivos, como instituciones, podemos crecer.

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