¿Religión en la esfera pública? Catolicismo banal, religiosidades militantes y diversidad religiosa

Cuestiones de pluralismo, Volumen 2, Número 2 (2º Semestre 2022)
23 de Noviembre de 2022
DOI: https://doi.org/10.58428/IIFT1864

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Por Mar Griera

La secularización creciente de la sociedad es una realidad, pero también lo es la reconfiguración de la religión en la esfera pública. Por un lado, subsisten, a veces de manera casi inadvertida, las huellas del antiguo monopolio religioso católico en la forma de lo que hemos venido a llamar "catolicismo banal". Por otro lado, se produce un resurgimiento de una cierta religiosidad militante que defiende nuevos proyectos morales de matriz religiosa en un contexto de polarización política.


 

Foto de Carolina Esteso
Foto de Carolina Esteso

En el debate académico sobre el presente y el futuro de la religión no hay acuerdos hegemónicos ni opiniones consensuadas. Algunos científicos sociales afirman que la religión está en retroceso y seguirá así hasta su extinción, otros apuntan que estamos viviendo un resurgimiento relevante de formas militantes de religión, mientras hay quienes ponen el énfasis en explicar que la religión se está transformando en algún tipo de espiritualidad desligada de las formas institucionales de religión. La controversia es vigente, y coexisten visiones muy diferentes, casi contradictorias. Lo más paradójico de la cuestión es que, en cierto modo, todos tienen razón. Y es que dependiendo de los datos y la metodología que utilicemos para identificar, medir y analizar la presencia religiosa en nuestra sociedad contemporánea, llegaremos a una conclusión o a otra.

Tradicionalmente, en las ciencias sociales, la forma más extendida de medir la evolución de la religiosidad ha sido a través de lo que en inglés se ha venido a llamar las 3B – Believing (Creencias), Belonging (Pertinencia) and Behaving (Comportamientos). Ahora mismo, si analizamos los datos disponibles que miden estas cuestiones fácilmente llegaremos a la conclusión de que, como apuntó ya hace años Alfonso Pérez-Agote, en la mayoría de los países de Europa occidental la religión institucionalizada pierde adeptos a marchas forzadas. Cada vez son menos los que se declaran miembros de una religión y se reducen considerablemente los que participan activamente en instituciones religiosas. Los datos lo muestran, y es difícil negar la evidencia en este sentido. Ahora bien, ¿hasta qué punto la existencia de un menor número de personas religiosas se traduce, también, en una menor presencia de la religión en la esfera pública? Es más, ¿podemos considerar que está desapareciendo la religión de la esfera pública?

Como argumentaré en este artículo, la respuesta es no. Es decir, la caída de los indicadores que miden la religiosidad a nivel individual no se traduce, automáticamente, en una desaparición de la religión en la esfera pública. Hay lógicas sociales distintas que explican cómo funciona y se reproduce la religión en el ámbito de las creencias y practicas individuales y en el ámbito público. Y a pesar de que, obviamente, existen interferencias entre los dos ámbitos, las dinámicas son distintas y conviene tenerlo en cuenta.

Catolicismo banal y la religión como tradición

Michael Billig es un científico social británico que ya hace años acuñó el término “Nacionalismo banal” para poner de manifiesto que a pesar de que la mayoría de nosotros tendemos a asociar el “nacionalismo” a manifestaciones vehementes, e incluso estridentes, de identidad, hay un nacionalismo mucho más potente y eficaz en la reproducción de la hegemonía del Estado-Nación, que se expresa a través de actos rutinarios, casi imperceptibles. Billig se refiere a cuestiones como la presencia de los símbolos de la nación en los documentos de identidad, o las banderas que ondean en los edificios públicos, o las placas en las entradas de los museos u otras instituciones. Billig parte de la idea de que el poder del Estado se ejerce, y se manifiesta, no sólo a través de acciones visibles y explícitas, sino sobre todo a través de prácticas, discursos y objetos que son considerados banales para la mayoría.

Desde hace algunos años, con otras investigadoras, venimos argumentando que, en la mayoría de países europeos, el "nacionalismo banal" ha ido de la mano del "cristianismo banal". A nivel europeo, históricamente, la hegemonía del cristianismo se basó no sólo en el estrecho vínculo entre las autoridades públicas y religiosas, sino también en la imbricación, y casi simbiosis, de las iglesias cristianas con muchos ámbitos de la vida social, desde el derecho a la educación, pasando por el patrimonio y la provisión de servicios. Las huellas de este pasado hegemónico continúan vigentes hoy en día y las encontramos en ámbitos tan diferentes como la organización del calendario o la arquitectura de las ciudades.

En nuestras investigaciones, por ejemplo, hemos observado muchas prácticas que existen como herencia de este pasado y permanecen en el contexto actual. Nos referimos al indulto de presos en Semana Santa, a la existencia de normativa legal que obliga a construir  una capilla católica en cada hospital público, a la presencia “inadvertida” de símbolos religiosos en los espacios públicos, así como a la celebración de una "misa oficial" en muchas fiestas locales, o la existencia de “belenes públicos” durante las Navidades. Estas prácticas suelen pasar desapercibidas bajo el velo de lo ordinario, lo rutinario y lo que se define como "normal". Y cuando se cuestionan, la apelación a la tradición, a la costumbre y a la cultura, se convierten en el recurso justificativo más utilizado para legitimarlas.

La percepción de banalidad se sustenta en la posición privilegiada – pasada, y en menor medida actual- de la Iglesia católica en la matriz jurídica, económica y cultural del Estado. Ahora bien, es importante tener en cuenta que la consideración de algo como banal, no equivale a que sea trivial, o insignificante. Estos gestos percibidos como banales, cuando son realizados irreflexivamente en contextos de secularización y pluralismo religioso, se pueden convertir en mecanismos de reafirmación del privilegio católico e, indirectamente, pueden establecerse como una forma de exclusión a los otros -sean estos miembros de minorías religiosas, o personas que se consideran sin religión. Reconocer la existencia del catolicismo banal es, pues, tomar en consideración que la religión tiene, aún, una presencia relevante en la esfera pública.

Sin embargo, si bien el peso del pasado sustenta la existencia de estos símbolos y prácticas de antaño, un presente diverso y cambiante los puede poner en entredicho. Encontramos muchos ejemplos de símbolos, prácticas y dinámicas que podríamos encuadrar dentro del “catolicismo banal” y que en los últimos años han sido cuestionadas, transformadas y cambiadas. En algunos casos la denuncia del catolicismo banal puede abrir una caja de pandora y generar controversias de gran calado social. Un buen ejemplo es la polémica ampliamente conocida alrededor de las capillas católicas de la Universidad Complutense. Son conflictos que estallan de forma pública, política, y se convierten en encarnaciones de un conflicto que se expresa en términos de laicidad. En otros casos, se producen cambios sin tanto ruido, y pautados desde las instituciones públicas, como ha sido la eliminación reciente de la orden interna del ministerio de Defensa que obligaba a hacer ondear la bandera española a media asta en todos los cuarteles durante Semana Santa.

En otros casos, la toma de conciencia de la existencia de este catolicismo banal ha generado procesos creativos e innovadores para la búsqueda de nuevas formas que permitan conjugar las diferentes sensibilidades religiosas y seculares en el ámbito de lo público. En este sentido, es interesante remarcar la creciente presencia de espacios multiconfesionales en instituciones públicas que, como explica Francisco Díez de Velasco, permiten dar respuesta al reto material de tener en cuenta las distintas opciones religiosas (y no religiosas), y ofrecerles un espacio inclusivo en el seno  de las instituciones públicas. También, por ejemplo, las ceremonias interreligiosas que, ya sea por motivos de duelo público -como después de los atentados del 17 de agosto de 2017 en Barcelona- o por motivos de celebración, han ido ganando centralidad como espacios simbólicos de representación de las distintas sensibilidades religiosas y seculares en los rituales públicos.

La nuestra es una sociedad donde coexisten personas con creencias y prácticas muy diversas, y donde la pluralidad de opciones religiosas y seculares gana terreno, y por esto resulta clave visibilizar aquello dado por descontado, reflexionar sobre su pertinencia y buscar maneras de conjugar, de forma respetuosa e inclusiva, el peso de la historia con una realidad en transformación.

Religiosidades militantes y nuevos proyectos morales

Desde hace algunos años somos testigos del crecimiento de formas de religiosidad militante que se convierten en espacios de incubación, y movilización, de activismos ideológicos y políticos. A nivel internacional este resurgimiento de formas públicas, y políticas de religión en la esfera pública es bastante evidente y, en la mayoría de casos, ha ido asociado al auge de partidos conservadores y de extrema derecha. Solo hace falta pensar en Bolsonaro en Brasil, en Trump en Estados Unidos, en Victor Orbán en Hungría o ahora en el ascenso de Giorgia Meloni en Italia. En el caso español, y si bien quizá con menos envergadura, también somos testigos de una cierta (re)activación de la cuestión religiosa como espacio de confrontación en el espacio público y político.

En el año 1994 el sociólogo José Casanova escribía que en España parecía que los actores religiosos habían sucumbido a la secularización y se habían retirado de la esfera pública. Constataba también que, en general, los partidos políticos habían dejado de invocar la cuestión religiosa, manteniendo un cierto pacto de silencio alrededor de la cuestión. Sin embargo, y como analizamos con más detalle en otras publicaciones, en los comienzos del siglo XXI esto empezó a cambiar. Solo hace falta recordar la llamada manifestación de los obispos en 2004 contra la ley de Educación del gobierno de Zapatero, a la aparición de Hazte Oír como actor relevante en la esfera pública estatal, o más recientemente la campaña publicitaria de la Asociación Católica de Propagandistas (ACdP) que tenía como lema “rezar frente a una clínica abortista está genial”.

Las controversias públicas en torno a "cuestiones morales" fuertemente marcadas por la división religión/laicidad ganan visibilidad en tanto que campos de batalla de proyectos políticos en competencia. Algunos sectores de la Iglesia han cambiado su estrategia de invisibilidad, dominante en las últimas décadas del siglo XX, por una de propagación activa de las posiciones morales cristianas. Como explica el sociólogo argentino Juan Marco Vaggione se produce un proceso de "ONGización del activismo religioso" que funciona en consonancia con la creciente relevancia de ciertos movimientos católicos y evangélicos conservadores. Asimismo, cómo explican Maribel Blazquez, Mónica Cornejo y José Ignacio Pichardo en los últimos años, los activistas religiosos han trascendido los círculos religiosos y han trasladado su movilización a los tribunales, el parlamento, las calles y los programas de televisión. Este cambio, que era impensable hace unas décadas no es exclusivo del caso español. La socióloga francesa Céline Beraud explica cómo en Francia, a pesar del peso cada vez más reducido del catolicismo contemporáneo, su presencia militante en las calles ha aumentado considerablemente en los últimos años. Según Béraud, la creciente conciencia de devenir minoría genera una estrategia pública defensiva, y movilizadora, que impulsa nuevas alianzas entre lo religioso y lo político. Hay dos temas que resultan claves en esta repolitización de la religión en clave de extrema derecha: por un lado, la batalla contra el feminismo, y contra los derechos en materia de diversidad sexual y de género se convierten en el caballo de troya de muchas de estas campañas públicas. Por otro lado, subsiste un proyecto de (re)imbricación de la identidad nacional con un cristianismo excluyente que lleva implícita la construcción del islam como una amenaza. Y es en este contexto que ganan visibilidad aquellos que insisten en volver a hablar de “reconquista”, o que invisibilizan, o desprecian, el patrimonio islámico de muchas ciudades.

Conviene recordar que, si bien el número total de católicos se ha reducido de forma drástica en los últimos años, existe aún un porcentaje importante de personas que se declaran católicas, y que muestran una adhesión relevante a la institución. En el caso español, y según el último Barómetro del CIS (octubre 2022), un 8,2% de la población a española participa en rituales religiosos semanalmente, y un 2,8% más de una vez por semana. Esto es un 11% de la población adulta española. Una proporción nada baladí de personas por las cuales la identidad religiosa es uno de los ejes principales de estructuración de la vida cotidiana y, seguramente, de la propia identidad. Ahora bien, en ningún caso podemos considerar que la religiosidad favorece, por sí misma, actitudes de extrema derecha. Es más, la evidencia sobre esta cuestión nos dice que, habitualmente, las personas más religiosas no votan partidos de extrema derecha. Una minoría sí. Y a la vez, identificamos un uso instrumental y político de la cuestión religiosa como marcador simbólico para establecer fronteras públicas entre los sectores de derecha e izquierda.

La visibilidad creciente de estas formas de religiosidad militante tiene como consecuencia indirecta la invisibilización de la existencia de un número muy importante de población que se declara creyente pero que no se siente cómodo, ni representado, en estos proyectos políticos de oposición y movilización agresiva. En nuestra sociedad contemporánea, a las personas con religiosidades moderadas, y/o que adoptan posiciones de negociación con los valores y las realidades existentes, les es muy difícil tener voz en la esfera pública. Hay personas que trabajan por construir opciones dialogantes y articular una voz pública -como, por ejemplo, los grupos de diálogo interreligioso o muchas de las asociaciones del tercer sector y de inspiración religiosa, así como otras tantas comunidades religiosas que velan por construir un mundo mejor. Sin embargo, y como ya puso de manifestó Rafael Díaz Salazar tiempo atrás, la estridencia pública de la religiosidad más militante les deja poco espacio en los medios de comunicación, las redes sociales y, en general, en todos los espacios de construcción de opinión pública. Es la consecuencia de la llamada polarización social que excluye del debate público aquellos que, precisamente, más podrían aportar.

A modo de conclusión

La religión continua vigente, y presente, en la esfera pública hoy en día. La secularización creciente de la sociedad es una realidad, pero también lo es la reconfiguración, y resurgimiento, de la religión en la esfera pública. Por un lado, subsisten, a veces de manera casi inadvertida, las huellas del antiguo monopolio religioso católico en la forma de lo que hemos venido a llamar catolicismo banal. En contextos de secularización y diversidad religiosa el catolicismo banal está destinado a ser cuestionado cada vez más. Frente a esta realidad, y para darle respuesta, distinguimos tres opciones políticas distintas: la primera, es defender un marco de laicidad estricto y restringir este tipo de prácticas a la esfera privada; la segunda, es aquella que pasa por considerar este tipo de prácticas dentro del repertorio de lo cultural o tradicional y sustraer su condición religiosa; y la tercera, es la que a partir de una mirada innovadora propone nuevos símbolos y rituales públicos que vayan más acorde, y reflejen, la existencia de la pluralidad religiosa y de convicciones.

Ahora bien, la religión no solo está presente en la esfera pública como vestigio de un pasado de monopolio, sino que también, y como hemos explicado, se produce un resurgimiento de una cierta religiosidad militante que se expresa en público y defiende nuevos proyectos morales de matriz conservadora. Es un tipo de expresión religiosa que crece en contextos de polarización política y que genera una imagen distorsionada de lo que es el paisaje religioso contemporáneo. Y es que a la vez que estos proyectos ganan proyección pública, hay muchas comunidades religiosas y espirituales que permanecen aún casi ocultas de la mirada mayoritaria.

Por un lado, nos encontramos la existencia creciente de formas de espiritualidad holística que, a medio camino, entre las tradiciones espirituales de oriente, la recuperación de antiguos saberes, y las técnicas de bienestar personal, ganan presencia en la esfera pública. Son formas de espiritualidad que tradicionalmente se han expresado en el ámbito privado pero que, en los últimos años, también adquieren presencia en el espacio público, si bien, mayoritariamente, pasan desapercibidas. Por otro lado, y como ya hemos mencionado, nos encontramos aquellas personas y comunidades que tienen posiciones religiosas dialogantes, que trabajan insertas en el tejido social local, que no hacen alardes estridentes en público, tienen una presencia casi inexistente en el panorama mediático. A la vez, a esta invisibilidad de una religiosidad dialogante, y con voluntad constructiva, se le añade la todavía poca presencia pública que tienen las minorías religiosas. Una invisibilidad que en muchos casos es arquitectónica, con un paisaje religioso diverso camuflado entre polígonos industriales y locales comerciales, pero también en términos simbólicos. Se produce una ausencia de visibilidad de la diversidad religiosa actual y también un déficit de valorización y reconocimiento del patrimonio de diversidad religiosa imbricado en la historia del país, especialmente islámico y judío.

En un contexto de creciente transformación religiosa, construir un imaginario que cuestione el relato monocromático, tanto presente como pasado, sobre la religión, resulta clave para poder concebir futuros más inclusivos con la diversidad.

Cómo citar este artículo

Griera, Mar, "¿Religión en la esfera pública? Catolicismo banal, religiosidades militantes y diversidad religiosa", Cuestiones de Pluralismo, Vol. 2, nº2 (segundo semestre de 2022). https://doi.org/10.58428/IIFT1864

Para profundizar

  • Béraud, Céline y Portier, Philippe (2017). Métamorphoses catholiques: Acteurs, enjeux et mobilisations depuis le mariage pour tous. Paris: Éditions de la Maison des sciences de l’homme.
  • Cornejo, Mónica y Pichardo, J. Ignacio (2017). “From the pulpit to the streets. Ultra-conservative religious positions against gender in Spain”. En Paternotte David y Kuhar Roman (Eds.), Anti-Gender Campaigns in Europe. Mobilizing against Equality. Maryland: Rowman & Littlefield.
  • García Martín, Joseba (2022). "Desprivatización católica, políticas morales y asociacionismo neoconservador: el caso de los grupos laicos de inspiración cristiana en el estado español". Papeles del CEIC 1, 259-259. https://doi.org/10.1387/pceic.22973
  • Griera, Mar, Martínez-Ariño, Julia y Clot-Garrell, Anna (2021). “Banal Catholicism, morality policies and the politics of belonging in Spain”. Religions 12 (5), 293. https://doi.org/10.3390/rel12050293
  • Norocel, Ov Cristian y Giorgi, Alberta (2022). “Disentangling radical right populism, gender, and religion: an introduction”. Identities, 1-12. https://doi.org/10.1080/1070289X.2022.2079307

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