Catolicismo banal y la religión como tradición
Michael Billig es un científico social británico que ya hace años acuñó el término “Nacionalismo banal” para poner de manifiesto que a pesar de que la mayoría de nosotros tendemos a asociar el “nacionalismo” a manifestaciones vehementes, e incluso estridentes, de identidad, hay un nacionalismo mucho más potente y eficaz en la reproducción de la hegemonía del Estado-Nación, que se expresa a través de actos rutinarios, casi imperceptibles. Billig se refiere a cuestiones como la presencia de los símbolos de la nación en los documentos de identidad, o las banderas que ondean en los edificios públicos, o las placas en las entradas de los museos u otras instituciones. Billig parte de la idea de que el poder del Estado se ejerce, y se manifiesta, no sólo a través de acciones visibles y explícitas, sino sobre todo a través de prácticas, discursos y objetos que son considerados banales para la mayoría.
Desde hace algunos años, con otras investigadoras, venimos argumentando que, en la mayoría de países europeos, el "nacionalismo banal" ha ido de la mano del "cristianismo banal". A nivel europeo, históricamente, la hegemonía del cristianismo se basó no sólo en el estrecho vínculo entre las autoridades públicas y religiosas, sino también en la imbricación, y casi simbiosis, de las iglesias cristianas con muchos ámbitos de la vida social, desde el derecho a la educación, pasando por el patrimonio y la provisión de servicios. Las huellas de este pasado hegemónico continúan vigentes hoy en día y las encontramos en ámbitos tan diferentes como la organización del calendario o la arquitectura de las ciudades.
En nuestras investigaciones, por ejemplo, hemos observado muchas prácticas que existen como herencia de este pasado y permanecen en el contexto actual. Nos referimos al indulto de presos en Semana Santa, a la existencia de normativa legal que obliga a construir una capilla católica en cada hospital público, a la presencia “inadvertida” de símbolos religiosos en los espacios públicos, así como a la celebración de una "misa oficial" en muchas fiestas locales, o la existencia de “belenes públicos” durante las Navidades. Estas prácticas suelen pasar desapercibidas bajo el velo de lo ordinario, lo rutinario y lo que se define como "normal". Y cuando se cuestionan, la apelación a la tradición, a la costumbre y a la cultura, se convierten en el recurso justificativo más utilizado para legitimarlas.
La percepción de banalidad se sustenta en la posición privilegiada – pasada, y en menor medida actual- de la Iglesia católica en la matriz jurídica, económica y cultural del Estado. Ahora bien, es importante tener en cuenta que la consideración de algo como banal, no equivale a que sea trivial, o insignificante. Estos gestos percibidos como banales, cuando son realizados irreflexivamente en contextos de secularización y pluralismo religioso, se pueden convertir en mecanismos de reafirmación del privilegio católico e, indirectamente, pueden establecerse como una forma de exclusión a los otros -sean estos miembros de minorías religiosas, o personas que se consideran sin religión. Reconocer la existencia del catolicismo banal es, pues, tomar en consideración que la religión tiene, aún, una presencia relevante en la esfera pública.
Sin embargo, si bien el peso del pasado sustenta la existencia de estos símbolos y prácticas de antaño, un presente diverso y cambiante los puede poner en entredicho. Encontramos muchos ejemplos de símbolos, prácticas y dinámicas que podríamos encuadrar dentro del “catolicismo banal” y que en los últimos años han sido cuestionadas, transformadas y cambiadas. En algunos casos la denuncia del catolicismo banal puede abrir una caja de pandora y generar controversias de gran calado social. Un buen ejemplo es la polémica ampliamente conocida alrededor de las capillas católicas de la Universidad Complutense. Son conflictos que estallan de forma pública, política, y se convierten en encarnaciones de un conflicto que se expresa en términos de laicidad. En otros casos, se producen cambios sin tanto ruido, y pautados desde las instituciones públicas, como ha sido la eliminación reciente de la orden interna del ministerio de Defensa que obligaba a hacer ondear la bandera española a media asta en todos los cuarteles durante Semana Santa.
En otros casos, la toma de conciencia de la existencia de este catolicismo banal ha generado procesos creativos e innovadores para la búsqueda de nuevas formas que permitan conjugar las diferentes sensibilidades religiosas y seculares en el ámbito de lo público. En este sentido, es interesante remarcar la creciente presencia de espacios multiconfesionales en instituciones públicas que, como explica Francisco Díez de Velasco, permiten dar respuesta al reto material de tener en cuenta las distintas opciones religiosas (y no religiosas), y ofrecerles un espacio inclusivo en el seno de las instituciones públicas. También, por ejemplo, las ceremonias interreligiosas que, ya sea por motivos de duelo público -como después de los atentados del 17 de agosto de 2017 en Barcelona- o por motivos de celebración, han ido ganando centralidad como espacios simbólicos de representación de las distintas sensibilidades religiosas y seculares en los rituales públicos.
La nuestra es una sociedad donde coexisten personas con creencias y prácticas muy diversas, y donde la pluralidad de opciones religiosas y seculares gana terreno, y por esto resulta clave visibilizar aquello dado por descontado, reflexionar sobre su pertinencia y buscar maneras de conjugar, de forma respetuosa e inclusiva, el peso de la historia con una realidad en transformación.