¿Qué es la postsecularización?
A partir de las insuficiencias del término secularización y su creciente crítica en las últimas décadas, han irrumpido otras explicaciones y paradigmas alternativos. Posiblemente una de las que más éxito ha gozado es la postsecularización, concepto que surgió a finales del siglo XX, pero cuya popularización en el debate se efectuó en el año 2001, de la mano del filósofo alemán Jürgen Habermas. Hasta esa fecha, como señala Emilio Gentile en su libro God's Democracy: American Religion after September 11, se había prestado poca atención al peso de la religión, tanto en las relaciones internacionales como en el marco de las sociedades plurales. Con el cambio de milenio, y un mes después del atentado del World Trade Center (11 de septiembre de 2001), Habermas, en el discurso que pronunció en Fráncfort (Alemania) tras recibir el Premio de la Paz de la Asociación de Libreros y Editores de Alemania, marcaba un nuevo derrotero al subrayar la importancia de las religiones y de la secularización para el futuro de la paz mundial. Como el filósofo alemán declaró, “Si queremos evitar un choque de civilizaciones, debemos reflexionar sobre nuestro propio proceso occidental de secularización”(El País, 15/10/2001).
La reflexión de Habermas puso las bases de lo que posteriormente, en el desarrollo de su teorización y de la de otros autores y autoras, acabaría siendo — y también no siendo — la postsecularización. Pongo ese énfasis en lo que es y no es la postsecularización, porque, en muchas ocasiones y sobre todo en términos complejos como la postsecularización, es tan importante lo que este concepto aspira a ser como lo que no desea ser.
En primer lugar, la postsecularización no hace referencia al final del proceso de secularización, una realidad sociológica que escapa de los propósitos fundamentales de la postsecularización. De hecho, y desde 2001, el proceso de cambio religioso que conocemos como secularización ha continuado, tanto en su vertiente de metamorfosis religiosas como en el drenaje de fieles hacia posiciones irreligiosas, dinámica, esta última que se ha acentuado en algunas sociedades como Estados Unidos, Europa e incluso a nivel global, como señala el sociólogo Roland Inglehart en su reciente libro Religion's Sudden Decline.
La postsecularización tampoco implica el retroceso en los logros científicos, democráticos y sociales que han sido conseguidos a lo largo del desarrollo de la modernización. A este respecto, no podemos obviar que la separación Iglesia-Estado, la libertad en la producción científica y el respeto al pluralismo sexual, moral o religioso, entre otras tantas distintas realidades que conforman el rostro que evocamos con el término modernidad, han estado ligadas, de una u otra manera, a diferentes procesos, como el aumento del subjetivismo o la diferenciación funcional, que están vinculados a la secularización. Precisamente la postsecularización surge para salvaguardar los logros adquiridos durante el proceso de secularización y que ciertos excesos de la secularización podrían paradójicamente dinamitar.
¿Cuáles son esos excesos de la secularización que pretenden ser matizados por la aproximación postsecular? Básicamente dos, a los que hacíamos referencia en el anterior apartado: la comprensión de la relación entre religión y modernidad como necesariamente antagónica, y la idea de que la secularización concluirá, antes o después, con la desaparición de las religiones.
Frente a la afirmación de que la secularización conduce hacia final de la religión, la postsecularización parte de la premisa de que, tras décadas de secularización, este estadio no se ha alcanzado y que es, más bien, la pluralidad la que caracteriza de modo evidente a nuestras sociedades. Incluso podemos afirmar que, a pesar de la continuidad de los procesos de secularización, el debate sobre religión, tanto a nivel académico como político y mediático, ha ganado peso y visibilidad en las últimas décadas.
De esta primera reflexión se derivan dos retos fundamentales: uno hacia el pasado-presente, y otro hacia el presente-futuro. Hacia el pasado, se ha abierto en las últimas décadas la perspectiva académica e investigadora para rastrear las múltiples historias y realidades que han caracterizado a los procesos de secularización y que en ocasiones han estado escondidas tras la premisa de la desaparición de las religiones. Este reto ha supuesto el reconocimiento de un desarrollo más plural y complejo del proceso de secularización.
Pero también este descubrimiento de la pluralidad ha puesto de relieve un reto postsecular evidente de cara al presente y al futuro: la generación de un contexto verdaderamente dialógico en el que todas las voces, religiosas e irreligiosas, tengan su espacio, puedan interactuar de manera libre y abierta, sin prejuicios recíprocos y a diferentes escalas. Por esta razón, parte de las reflexiones sobre la postsecularización han enfatizado la necesidad de que los ciudadanos seculares comprendan las razones que subyacen a las posiciones religiosas.
En segundo lugar, y frente a la idea de que las religiones establecen una relación antagónica con la modernidad, la postsecularización apuesta por una “conciencia postsecular” que sea capaz de percibir el potencial aporte de las religiones al proceso de modernización. Como muestran los estudios sociohistóricos, la relación entre religiones y modernidad no solo ha estado marcada por la conflictividad, sino también por la interrelación y la contribución mutua. A este respecto, la postsecularización rescata el rol de las religiones como posibles aliadas de la democracia y de la modernidad, e incluso enfatiza el enriquecimiento que las concepciones religiosas implican para un espacio secular a través de sus aportes de sentido y el compromiso de los ciudadanos religiosos.
En definitiva, la postsecularización no es simplemente la superación de la secularización, sino, más bien, la exploración de alternativas seculares al secularismo, que tiende a ver a las religiones como realidades atávicas o perniciosas, para hacer frente al fundamentalismo religioso, que interpreta la modernidad como un ataque frontal a las creencias religiosas. La postsecularización supone, así, un derrotero alternativo a la confrontación entre secularismo y fe para tratar de evitar, según las palabras de Habermas en el citado discurso, el choque de civilizaciones.