TRES ÁREAS DE ACCIÓN: FORMACIÓN, ACOMODOS Y RESPUESTAS
Los informes americanos nos enseñan que una política universitaria verdaderamente inclusiva en materia de diversidad religiosa, espiritual y secular debe articularse en torno a tres áreas complementarias de acción: la formación, los acomodos razonables y las respuestas institucionales ante situaciones de discriminación o conflicto. Aunque la alfabetización interreligiosa e interconviccional tiene una cierta prioridad lógica, las tres áreas de acción son interdependientes.
La alfabetización de toda la comunidad universitaria en materia de diversidad religiosa, espiritual y secular no sólo permite comprender la diversidad de creencias y convicciones presentes en los campus, sino que es también la condición necesaria para que otras medidas, como los acomodos académicos o los protocolos antidiscriminación, sean entendidas y aceptadas como justas y necesarias. Sin un marco compartido de conocimiento y sensibilidad, estas acciones corren el riesgo de ser percibidas como privilegios arbitrarios, especialmente en contextos marcados por la competitividad, como lo puede ser el universitario. Además, tanto estudiantes como personal universitario que pertenecen a minorías religiosas, reclaman especialmente la formación del profesorado y personal administrativo pues, en su experiencia, los prejuicios y estereotipos tienen un impacto más negativo en la vida académica que la falta de espacios o de menús adaptados.
La segunda área de acción se refiere a los acomodos institucionales necesarios para garantizar la participación plena y equitativa de todas las personas, y quizá es el área en la que todas las personas pensamos cuando imaginamos una política universitaria de gestión de la diversidad religiosa. En este contexto, los acomodos incluyen la habilitación de espacios de encuentro y oración, así como servicios de acompañamiento pastoral que pueden adoptar formas religiosas, espirituales o seculares, según las necesidades de alumnado y personal. Pero también deben contemplarse ajustes en los servicios cotidianos del campus como menús cultural y religiosamente sensibles en todos los comedores universitarios, o facilitar cocinas en las residencias estudiantiles que permitan la preparación de alimentos acordes a las propias convicciones. En este ámbito también se incluyen las adaptaciones académicas relacionadas con el calendario de clases y las fechas de evaluación, de modo que se respete la observancia de festividades religiosas relevantes para las distintas comunidades presentes en el campus. Un aspecto menos conocido del acomodo está relacionado con la etiqueta, incluyendo desde el saludo hasta el vestido para los actos formales, que son habituales en las universidades.
Una tercera área está constituida por las políticas institucionales de prevención y respuesta frente a situaciones de discriminación o conflicto en las que lo religioso, espiritual o secular son un factor. Aunque en los últimos tiempos se han desarrollado muchos protocolos antidiscriminación en todas las instituciones, la dimensión religiosa suele pasar desapercibida como una mención más en una lista de otras diversidades. Sin embargo, existen debates y situaciones específicas de la cuestión religiosa, que pueden y deben ser anticipadas por la gestión. Por ejemplo, este sería el caso de la predicación o la difusión de contenidos religiosos, espirituales y seculares en los campus. La universidad es una institución jerárquica en la que no tiene el mismo efecto sobre la comunidad el proselitismo del profesorado en el aula que la difusión de contenidos por parte de una asociación estudiantil. Es necesario reflexionar sobre lo específico de la dimensión religiosa y conviccional, y pautar valores y conductas adecuadas que protejan la libertad de cátedra y expresión, sin permitir el acoso o la presión sobre otras personas. Además, se deben incluir mecanismos de evaluación y seguimiento que permitan valorar la eficacia de los protocolos y las intervenciones en el medio y largo plazo.