Realidad socio-religiosa y obstáculos para las confesiones minoritarias
En primera instancia, la realidad socio religiosa ha sido, necesariamente, cambiante. El trasfondo histórico y las relaciones entre el Estado y la(s) religión(es), entre otras cuestiones, han marcado esa evolución. La situación actual, con el reconocimiento de la libertad de religión, tal y como se ha indicado, derivada de la promulgación de la Constitución Española de 1978 y de la sucesiva normativa en esta materia, así como otra serie de procesos sociales, han contribuido a los significativos cambios a lo largo de las últimas décadas. Como muestra, dos ámbitos de relevancia que lo ilustran son la composición en términos de religiosidad (identidad religiosa) de la población española y los cambios que se han producido en el ámbito normativo-institucional.
Para observar los cambios que se han producido en la identidad religiosa de la población española, fijémonos en la evolución de los datos obtenidos a través de diversos estudios realizados por el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) en las últimas dos décadas tal y como se recogen en la siguiente tabla:
Evolución en la respuesta ante la pregunta ¿Cómo se define Ud. en materia religiosa?
Fuente: Observatorio del Pluralismo Religioso en España. Para ampliar.
Los datos de la tabla muestran tres grandes cambios. El primero de ellos es el del declive en el porcentaje de personas que se identifican con la confesión católica, ya que este, en lo que va de 1998 a 2018, se ha reducido en casi 20 puntos. Si tuviéramos en cuenta datos de décadas anteriores, el descenso es aún mayor. El segundo aspecto que destacar es el incremento en el porcentaje de la población que no se identifica con ninguna de las confesiones implantadas en nuestro país. En este caso, la tendencia es contraria, ya que el aumento ha sido más pausado que el descenso producido en el segmento anterior (católico): unos 14 puntos, si en 1998 sumamos el porcentaje de quienes no se identifican con ninguna confesión y quienes se declaran ateos en 1998. El tercer elemento que destacar de la tabla es el aumento de la población identificada con alguna otra confesión que no es la católica. En 1998 el conjunto de todas ellas apenas sumaba el 1%, y a lo largo de estas dos décadas han pasado del 0,76% al 5,67%, un incremento de 5 puntos.
Vemos, por tanto, que la composición del país, tradicionalmente católica, se está reconfigurando, evolucionando hacía una composición más plural, pero con un fuerte peso, aún, de la confesión católica. Este peso, además de en la autoidentificación de la población, sigue estando presente en muchos ámbitos con una contribución a ese imaginario colectivo católico. Así, podemos destacar el gran número de festividades católicas vinculadas al calendario laboral, la relación entre la Iglesia católica y las instituciones públicas (sobre todo en el ámbito local) y su significativa presencia en otros sectores sociales (educación, salud, servicios sociales).
El segundo ejemplo de esos cambios es, como decíamos, el que se ha producido en el ámbito normativo-institucional. Como ya hemos indicado, con la CE se ha incorporado la libertad de religión y de culto como un derecho fundamental de nuestro ordenamiento jurídico. Los cambios, algunos derivados de ese reconocimiento, los podemos identificar con la promulgación de una Ley Orgánica de Libertad Religiosa (1980); la firma de unos Acuerdos de Cooperación con algunas confesiones no católicas tales como las iglesias evangélicas, el judaísmo y las comunidades musulmanas (1992); y el impulso de una entidad pública (Fundación Pluralismo y Convivencia) en 2004 para contribuir a la promoción de las condiciones necesarias para el ejercicio efectivo del derecho de libertad religiosa. Todas estas, iniciativas de ámbito estatal (si bien ha habido algunas otras de ámbito local, más acotadas).
La timidez con la que se han producido estos cambios, sobre todo si los contemplamos desde la óptica de las religiones minoritarias, sigue condicionando la visión que se puede tener de la composición socio religiosa del país, más allá de los términos numéricos. Esta realidad proyecta cierto imaginario social en el que lo “normal” en términos religiosos es el de las prácticas vinculadas a la confesión católica, dificultando la vivencia de otras expresiones religiosas, y en algunos casos produciéndose conflictos convivenciales (como por ejemplo con las aperturas de centros de culto, en el ámbito de la educación, relaciones institucionales, etc.).
Este imaginario, unido a cierto desconocimiento general de una serie de claves vinculadas a la libertad religiosa y su gestión pública (como por ejemplo algunos de los aspectos recogidos en otros artículos de esta revista, sobre la laicidad o el acomodo de las prácticas religiosas) siguen estableciendo obstáculos al ejercicio efectivo de la libertad de culto y de religión de ese 5,67% de la población que se identifica con otras confesiones que no es la católica. Remover estos obstáculos requiere profundizar en algunas de las iniciativas impulsadas hasta la fecha, así como buscar y desarrollar nuevos mecanismos para gestionar positivamente la diversidad religiosa, también en el ámbito local, que es donde la cotidianidad de la vida cobra mayor relevancia.