El confinamiento del culto: cierre de los centros y alternativas
Aunque las diferencias en términos de tamaño, organización, presupuesto, etc., entre las comunidades religiosas explican un impacto desigual de la crisis, existe un elemento común que sobrevuela la descripción de las múltiples dificultades vividas por todas ellas durante la pandemia: el papel fundamental del espacio de culto y las consecuencias de su cierre. Si bien el Real Decreto 463/2020, del 14 de marzo, por el que se declaró el estado de alarma, no suspendía las ceremonias y reuniones religiosas, asistir a ellas no se contemplaba como un motivo justificante para circular por la vía pública. Sumado a esta circunstancia legal, la situación sanitaria motivó que las entidades cerraran sus locales y templos por voluntad propia incluso antes de la entrada en vigor del Real Decreto. Se trató de una decisión necesaria pero profundamente dolorosa debido a que el centro de culto es el núcleo de la vida comunitaria no sólo por su uso social, sino porque la práctica de muchas confesiones sólo puede darse dentro del mismo. Además del aspecto comunitario y ritual, el cierre trajo graves consecuencias económicas en comunidades donde existe una cultura de donar cuando se acude al centro de culto y en aquellas que se financian a través de la celebración de actividades. Por el contrario, el descenso de los ingresos fue menor o incluso inexistente en las comunidades financiadas a través de cuotas o diezmos y con sistemas de pago en remoto. En la misma línea, otro de los factores que explican el diferente impacto de la crisis del COVID-19 está relacionado con la situación de tenencia del local: las comunidades que poseen inmuebles en propiedad tuvieron menos problemas financieros que aquellas en situación de alquiler. Entre estas últimas, el arrendamiento del inmueble supone la principal partida presupuestaria, razón por la cual, ante la vulnerabilidad económica, la pérdida del centro de culto fue uno de los mayores temores durante la crisis. En algunos casos, el temor se materializó y las comunidades tuvieron que abandonar el local, siendo acogidas solidariamente por comunidades hermanas.
Durante los primeros meses de confinamiento la solución de las minorías religiosas ante el cierre fue, como en tantos otros ámbitos de la vida colectiva, el uso de las tecnologías de comunicación en línea. La videoconferencia se transformó en pocas semanas en el dispositivo fundamental para sustituir el espacio físico y restituir el culto: cantos colectivos de grupos hinduistas reunidos en Google Meet, servicios de iglesias evangélicas retransmitidas por Zoom, sermones de imanes publicados los viernes en Youtube y tantas otras actividades que demostraron la resiliencia creativa de las minorías religiosas de España. Sin embargo, no todos los miembros pudieron adaptarse a una mudanza digital que se dio de forma rápida y repentina. En el plano socioeconómico, muchos hogares aún hoy no pueden contratar el suministro de internet o no tienen dispositivos electrónicos funcionales para el seguimiento del culto en línea. Respecto al factor generacional, algunas personas de edad avanzada se vieron por primera vez en sus vidas en la necesidad de utilizar ordenadores y smartphones para poder seguir sus prácticas religiosas. Una brecha digital que dio un protagonismo inesperado a los jóvenes en sus comunidades, convirtiéndose en técnicos indispensables para la puesta en marcha de los servicios religiosos en línea y formadores de los miembros con menos experiencia en el uso de las nuevas tecnologías. En este sentido, la digitalización de las actividades favoreció la solidaridad inter-generacional y la participación familiar en los servicios. Aunque suene paradójico, los centros de culto se cerraron pero también se multiplicaron al convertir los hogares en pequeños templos domésticos. Como dice una de las mujeres entrevistadas de confesión musulmana sobre el Ramadán de 2020: “hemos rezado más en casa, lo sientes más, ves a tu familia cerca de ti […] Fue muy bonito, con tu sobrino al lado, tu madre, lo vives más cerca”. Durante el confinamiento domiciliario y las posteriores restricciones de reunión en los hogares, las prácticas religiosas en familia se redujeron al núcleo de convivencia y sólo pudieron ser compartidas con otros parientes a través de videollamadas y grupos de mensajería móvil. No obstante, los usos religiosos del hogar van más allá del ámbito de la familia nuclear, como demuestran los grupos de budistas, bahaís, hinduistas o evangélicos que se reúnen habitualmente en el domicilio de algunos de sus miembros o celebraciones como la Navidad cristiana y el Brit Milá judío. En estos casos, las escasas dimensiones del espacio doméstico para mantener la separación interpersonal y las restricciones prolongadas de reunión entre no convivientes tuvieron el efecto contrario de lo que antes se relataba: el hogar fue, en este caso, el espacio de culto que tenía que cerrarse.
Con la progresiva reapertura, la digitalización total de las actividades dejó pasó al formato híbrido de reunión, es decir, una parte de la feligresía comenzó a asistir de manera presencial mientras otros seguían la retransmisión en línea. La mudanza digital, a pesar de sus limitaciones, fue vista de manera positiva por comunidades que experimentaron un incremento de la asistencia, sumando seguidores de otros lugares de España y del mundo. La comunicación en línea permitió reforzar la identidad transnacional, compartiendo sus cultos con familiares y amigos que residen en otros países e incluso realizando ceremonias conjuntas con comunidades extranjeras de la misma confesión. Trascender el territorio y congregar a los miembros a través de internet ha sido especialmente útil para aquellas confesiones minoritarias con una gran dispersión geográfica de su membresía, como es el caso de las Iglesias de la Ciencia Cristiana en España. De esta manera, el formato híbrido permitió recuperar la importancia de la celebración presencial reteniendo las ventajas otorgadas por las herramientas digitales y también fue una estrategia eficaz ante las restricciones de aforo que impidieron a muchos centros de dimensiones reducidas poder acoger presencialmente al total de sus miembros. Ante estas limitaciones espaciales, otra alternativa menos común fue el desplazamiento de las actividades a zonas exteriores como parques y plazas, reduciendo así las posibilidades de contagio. Sin embargo, la prohibición de aglomeraciones multitudinarias y la prudencia frente al contagio supusieron la cancelación hasta finales de 2021 de actividades religiosas que se realizaban en la calle y en el entorno natural antes de la pandemia, como las labores de evangelización de muchas iglesias cristianas, los cultos de tradición pagana o el desfile anual de los devotos de Krishna (Ratha Yatra). Además, los ataques contra la libertad religiosa que siguen viviendo las minorías religiosas en España condicionan el uso visible y seguro del espacio público, según relata la representante de la Comunidad Judía Reformista de Madrid, circunstancia que aumenta aún más si cabe la importancia de disponer de un espacio propio. En la misma línea, el espacio público virtual tampoco es un lugar seguro para la comunidad judía, como muestra el informe de 2021 sobre antisemitismo de la Agencia de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea (FRA), donde se alerta sobre el crecimiento de los discursos de odio antisemitas en Internet durante la pandemia y la difusión de teorías conspiratorias que señalan a esta minoría religiosa como la culpable de la crisis del COVID-19.