Las minorías religiosas frente a la crisis del COVID-19: impactos, desafíos y respuestas

Cuestiones de pluralismo, Volumen 2, Número 2 (2º Semestre 2022)
30 de Julio de 2022
DOI: https://doi.org/10.58428/ZLBD4648

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Por José Barrera Blanco

Durante los peores momentos de la pandemia, las minorías religiosas elaboraron respuestas y soluciones alternativas frente al cierre de los espacios de culto y el impacto socioeconómico y emocional entre sus fieles. Además, demostraron ser actores fundamentales de la sociedad civil intensificando su labor social con la población más vulnerable.


 

Las graves consecuencias de la pandemia de COVID-19 en la salud pública y las consecuentes medidas sociosanitarias destinadas a frenar la transmisión del virus provocaron una profunda crisis en todos los ámbitos de la vida colectiva. Transcurridos más de dos años de la declaración oficial de pandemia el 11 de marzo de 2020 por parte de la Organización Mundial de la Salud, algunas de las regulaciones de la vida cotidiana presentes hasta hace unos meses nos parecen hoy elementos de un pasado lejano mientras se ha normalizado la permanencia de otros cambios sociales introducidos por la situación pandémica, como la transición del modelo laboral hacia el trabajo telemático. Para comprender los desafíos planteados por la crisis y extraer aprendizajes que nos sirvan a la hora de enfrentar situaciones similares en el futuro, las instituciones públicas y la comunidad científica debemos echar la vista atrás atendiendo a las necesidades y problemas sufridos por los diferentes colectivos de la sociedad civil y, entre ellos, las minorías religiosas.

Aunque no podemos afirmar que la religión haya sido una dimensión invisible en el imaginario social durante la crisis del COVID-19 en España, el interés general se ha dirigido, en el mejor de los casos, hacia el fenómeno de la creencia y la espiritualidad en un sentido abstracto, planteándose preguntas suscitadas por los miedos e incertidumbres existenciales ante un hecho social sin precedentes en la historia reciente: ¿Prueba la pandemia la existencia de fuerzas sobrenaturales? ¿Por qué Dios permite el mal en el mundo? ¿Se trata de un castigo a la humanidad? ¿Funciona la fe como alivio y desahogo? Sin embargo, al contrario que en otros ámbitos, no ha existido una preocupación social generalizada por los efectos de la pandemia en las vidas de las personas religiosas y sus comunidades de oración. En el caso de las minorías religiosas, a este desinterés general se ha añadido un tipo de preocupación distinta y perjudicial para la diversidad religiosa, difundida con escaso arreglo a la verdad por algunos medios de comunicación, en torno al peligro para la salud pública que supondrían algunas comunidades religiosas y grupos espirituales como focos de contagio y difusores del denominado ‘negacionismo’ frente a la vacunación, las medidas de prevención o la misma existencia del virus.

El recientemente publicado informe de la Fundación Pluralismo y Convivencia ‘El impacto de la crisis del COVID-19 en las minorías religiosas en España: desafíos para un escenario futuro’ tiene por objetivo conocer precisamente la cara oculta y real de las transformaciones derivadas de la pandemia en el contexto religioso español. Los miembros del equipo investigador entrevistamos durante el año 2021 a cuarenta y seis representantes de entidades religiosas de diferentes confesiones minoritarias (es decir, no católicas romanas) para conocer su valoración del impacto de la crisis en sus comunidades y las estrategias desplegadas para enfrentarlo. De esta manera, el informe identifica las necesidades presentes y futuras de las minorías religiosas y los retos que plantea el nuevo escenario a las instituciones comprometidas con el pluralismo religioso. Antes de explicar los principales resultados de la investigación se debe resaltar que las entidades entrevistadas no sólo comprendieron y siguieron escrupulosamente las recomendaciones sociosanitarias, sino que colaboraron activamente con administraciones públicas y asociaciones civiles para paliar los múltiples efectos de la crisis en la población. Al contrario de lo difundido por los discursos que estigmatizan la diversidad, las entidades religiosas demuestran ser agentes fundamentales del tejido social en el enfrentamiento de los traumas colectivos.

El confinamiento del culto: cierre de los centros y alternativas

Aunque las diferencias en términos de tamaño, organización, presupuesto, etc., entre las comunidades religiosas explican un impacto desigual de la crisis, existe un elemento común que sobrevuela la descripción de las múltiples dificultades vividas por todas ellas durante la pandemia: el papel fundamental del espacio de culto y las consecuencias de su cierre. Si bien el Real Decreto 463/2020, del 14 de marzo, por el que se declaró el estado de alarma, no suspendía las ceremonias y reuniones religiosas, asistir a ellas no se contemplaba como un motivo justificante para circular por la vía pública. Sumado a esta circunstancia legal, la situación sanitaria motivó que las entidades cerraran sus locales y templos por voluntad propia incluso antes de la entrada en vigor del Real Decreto. Se trató de una decisión necesaria pero profundamente dolorosa debido a que el centro de culto es el núcleo de la vida comunitaria no sólo por su uso social, sino porque la práctica de muchas confesiones sólo puede darse dentro del mismo. Además del aspecto comunitario y ritual, el cierre trajo graves consecuencias económicas en comunidades donde existe una cultura de donar cuando se acude al centro de culto y en aquellas que se financian a través de la celebración de actividades. Por el contrario, el descenso de los ingresos fue menor o incluso inexistente en las comunidades financiadas a través de cuotas o diezmos y con sistemas de pago en remoto. En la misma línea, otro de los factores que explican el diferente impacto de la crisis del COVID-19 está relacionado con la situación de tenencia del local: las comunidades que poseen inmuebles en propiedad tuvieron menos problemas financieros que aquellas en situación de alquiler. Entre estas últimas, el arrendamiento del inmueble supone la principal partida presupuestaria, razón por la cual, ante la vulnerabilidad económica, la pérdida del centro de culto fue uno de los mayores temores durante la crisis. En algunos casos, el temor se materializó y las comunidades tuvieron que abandonar el local, siendo acogidas solidariamente por comunidades hermanas.

Durante los primeros meses de confinamiento la solución de las minorías religiosas ante el cierre fue, como en tantos otros ámbitos de la vida colectiva, el uso de las tecnologías de comunicación en línea. La videoconferencia se transformó en pocas semanas en el dispositivo fundamental para sustituir el espacio físico y restituir el culto: cantos colectivos de grupos hinduistas reunidos en Google Meet, servicios de iglesias evangélicas retransmitidas por Zoom, sermones de imanes publicados los viernes en Youtube y tantas otras actividades que demostraron la resiliencia creativa de las minorías religiosas de España. Sin embargo, no todos los miembros pudieron adaptarse a una mudanza digital que se dio de forma rápida y repentina. En el plano socioeconómico, muchos hogares aún hoy no pueden contratar el suministro de internet o no tienen dispositivos electrónicos funcionales para el seguimiento del culto en línea. Respecto al factor generacional, algunas personas de edad avanzada se vieron por primera vez en sus vidas en la necesidad de utilizar ordenadores y smartphones para poder seguir sus prácticas religiosas. Una brecha digital que dio un protagonismo inesperado a los jóvenes en sus comunidades, convirtiéndose en técnicos indispensables para la puesta en marcha de los servicios religiosos en línea y formadores de los miembros con menos experiencia en el uso de las nuevas tecnologías. En este sentido, la digitalización de las actividades favoreció la solidaridad inter-generacional y la participación familiar en los servicios. Aunque suene paradójico, los centros de culto se cerraron pero también se multiplicaron al convertir los hogares en pequeños templos domésticos. Como dice una de las mujeres entrevistadas de confesión musulmana sobre el Ramadán de 2020: “hemos rezado más en casa, lo sientes más, ves a tu familia cerca de ti […] Fue muy bonito, con tu sobrino al lado, tu madre, lo vives más cerca”. Durante el confinamiento domiciliario y las posteriores restricciones de reunión en los hogares, las prácticas religiosas en familia se redujeron al núcleo de convivencia y sólo pudieron ser compartidas con otros parientes a través de videollamadas y grupos de mensajería móvil. No obstante, los usos religiosos del hogar van más allá del ámbito de la familia nuclear, como demuestran los grupos de budistas, bahaís, hinduistas o evangélicos que se reúnen habitualmente en el domicilio de algunos de sus miembros o celebraciones como la Navidad cristiana y el Brit Milá judío. En estos casos, las escasas dimensiones del espacio doméstico para mantener la separación interpersonal y las restricciones prolongadas de reunión entre no convivientes tuvieron el efecto contrario de lo que antes se relataba: el hogar fue, en este caso, el espacio de culto que tenía que cerrarse.

Con la progresiva reapertura, la digitalización total de las actividades dejó pasó al formato híbrido de reunión, es decir, una parte de la feligresía comenzó a asistir de manera presencial mientras otros seguían la retransmisión en línea. La mudanza digital, a pesar de sus limitaciones, fue vista de manera positiva por comunidades que experimentaron un incremento de la asistencia, sumando seguidores de otros lugares de España y del mundo. La comunicación en línea permitió reforzar la identidad transnacional, compartiendo sus cultos con familiares y amigos que residen en otros países e incluso realizando ceremonias conjuntas con comunidades extranjeras de la misma confesión. Trascender el territorio y congregar a los miembros a través de internet ha sido especialmente útil para aquellas confesiones minoritarias con una gran dispersión geográfica de su membresía, como es el caso de las Iglesias de la Ciencia Cristiana en España. De esta manera, el formato híbrido permitió recuperar la importancia de la celebración presencial reteniendo las ventajas otorgadas por las herramientas digitales y también fue una estrategia eficaz ante las restricciones de aforo que impidieron a muchos centros de dimensiones reducidas poder acoger presencialmente al total de sus miembros. Ante estas limitaciones espaciales, otra alternativa menos común fue el desplazamiento de las actividades a zonas exteriores como parques y plazas, reduciendo así las posibilidades de contagio. Sin embargo, la prohibición de aglomeraciones multitudinarias y la prudencia frente al contagio supusieron la cancelación hasta finales de 2021 de actividades religiosas que se realizaban en la calle y en el entorno natural antes de la pandemia, como las labores de evangelización de muchas iglesias cristianas, los cultos de tradición pagana o el desfile anual de los devotos de Krishna (Ratha Yatra). Además, los ataques contra la libertad religiosa que siguen viviendo las minorías religiosas en España condicionan el uso visible y seguro del espacio público, según relata la representante de la Comunidad Judía Reformista de Madrid, circunstancia que aumenta aún más si cabe la importancia de disponer de un espacio propio. En la misma línea, el espacio público virtual tampoco es un lugar seguro para la comunidad judía, como muestra el informe de 2021 sobre antisemitismo de la Agencia de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea (FRA), donde se alerta sobre el crecimiento de los discursos de odio antisemitas en Internet durante la pandemia y la difusión de teorías conspiratorias que señalan a esta minoría religiosa como la culpable de la crisis del COVID-19.

Solidaridad dentro de la comunidad y con la sociedad general

La crisis del COVID-19 puso de manifiesto la importancia de la dimensión emocional en el entendimiento de la salud y entre las minorías religiosas surgieron nuevas responsabilidades y liderazgos en esta línea. La imposibilidad de celebrar los rituales, socializar y reunirse en un momento psicosocial tan difícil para la población planteó un reto para las comunidades, que vieron muy limitadas sus posibilidades de apoyar a sus miembros cuando más les necesitaban. De esta manera, se desarrollaron iniciativas alternativas de acompañamiento de situaciones de duelo, enfermedad o ansiedad con diversos grados de planificación: desde el establecimiento formal de grupos de psicólogos específicos para apoyar a ministros de culto, a la espontánea difusión de mensajes positivos y motivacionales a través de la mensajería móvil. La soledad no deseada fue una de las principales preocupaciones a la que se respondió en algunas comunidades con seguimientos personalizados y visitas telefónicas y domiciliarias frecuentes, como fue el caso de los Testigos de Jehová y la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Una solidaridad dirigida especialmente a personas mayores y vulnerables que también se expresó en otras labores de acompañamiento cotidianas, como la compra de comida y medicamentos, y el desplazamiento asistido a centros de salud y puntos de vacunación. En aquellas comunidades con un alto porcentaje de personas en situación de migración, estos mecanismos de solidaridad se han orientado, sobre todo, al asesoramiento en materia burocrática y laboral y la provisión de recursos materiales básicos. Las minorías religiosas vieron la crisis del COVID-19 como una prueba de fortaleza comunitaria y actuaron como soportes fundamentales en la vida de sus fieles, adaptando y actualizando sus recursos a las necesidades particulares que identificaban.

No obstante, la solidaridad no terminó en las fronteras de sus comunidades sino que se extendió a los colectivos más vulnerables de la sociedad general. Muchas entidades tienen una larga experiencia asistencial y de trabajo humanitario y activaron sus propias redes logísticas y de voluntariado para ayudar durante la emergencia. La colaboración con administraciones municipales y centros públicos en la producción, donación y reparto de material sanitario fue una constante en los primeros momentos de la pandemia, cuando éste escaseaba. Por nombrar una de ellas, la Iglesia de Scientology donó mascarillas, guantes y geles hidroalcohólicos por valor de 100.000 euros a hospitales y residencias de mayores. Otras labores ofrecidas por las comunidades a aquellas personas que más lo necesitaban fueron repartos de alimentos y ropa, envíos de cartas a pacientes hospitalizados y personal sanitario y apoyo en la búsqueda de alojamiento y empleo. Frente a la estigmatización sufrida, las minorías religiosas tienen un fuerte sentido de la ejemplaridad social y moral que hace de sus obras de solidaridad un fenómeno habitual en muchas localidades del territorio español que no se resintió durante el confinamiento y las restricciones, sino que se intensificó.

Aunque las minorías religiosas respondieran a la crisis del COVID-19 de manera eficaz e imaginativa en términos generales, es evidente que el grado del impacto fue muy distinto entre las comunidades. La categoría ‘minorías religiosas’ es un enorme conglomerado de entidades con capacidades muy desiguales. De la misma manera que los efectos del confinamiento fueron mucho más graves en hogares, barrios y localidades con menor nivel económico, el cierre de los centros de culto, la cancelación de las celebraciones religiosas y demás medidas preventivas afectaron especialmente a comunidades religiosas que no pertenecen a una estructura federativa en la que apoyarse y que cuentan con una membresía reducida y con menos recursos. Las estrategias desplegadas que se han descrito como la mudanza digital, el uso alternativo del espacio público y doméstico o la solidaridad interna están condicionadas por las posibilidades materiales de cada comunidad. En este sentido, sin la organización colectiva y la emergencia de liderazgos individuales (personas con rostro y nombre que han multiplicado sus esfuerzos durante la emergencia) los efectos de la crisis hubieran sido mucho más graves. Aparte de subrayar la ejemplaridad y buen hacer de las minorías religiosas durante la pandemia, las instituciones y profesionales comprometidos con el pluralismo religioso debemos ahora extraer aprendizajes y dilucidar qué iniciativas se pueden emprender para favorecer un contexto de resiliencia que proteja la diversidad religiosa frente a los próximos desafíos.

Cómo citar este artículo

Barrera Blanco, José, "Las minorías religiosas frente a la crisis del COVID-19: impactos, desafíos y respuestas", Cuestiones de Pluralismo, Vol. 2, nº2 (segundo semestre de 2022). https://doi.org/10.58428/ZLBD4648

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