LGBTQ+, unas siglas incómodas en el marco del pluralismo religioso

Cuestiones de pluralismo, Volumen 2, Número 1 (1er Semestre 2022)
30 de Junio de 2022
DOI: https://doi.org/10.58428/MKLE8501

Comparte este contenido:

Por Mónica Cornejo Valle

El cruce de la cuestión religiosa con la diversidad sexual pone en juego cuestiones clave como la protección de las libertades de las minorías, pero también, muy especialmente en este caso, la definición y relación de lo público y lo privado.


 

Los derechos de las minorías nunca han sido fáciles de incorporar. Resultan incómodos para las convenciones sociales de la mayoría y causan inquietud a otras minorías, que ya tienen bastante con sus propias complicaciones. Esta incomodidad es bien conocida por las minorías religiosas, pero también por las minorías culturales, y por cualquier otra que ocupe los debates públicos en un momento concreto, como ocurre ahora con las minorías sexuales. Algunas veces la incomodidad propia de estos procesos de reconocimiento de derechos para grupos minoritarios ha hecho que la diversidad sexual haya sido una patata caliente de los diálogos interreligiosos. En parte porque diferentes comunidades religiosas tienen actitudes distintas frente a las demandas contemporáneas del activismo LGBTQ+, incluso cuando sus actitudes generales frente a la sexualidad humana puedan ser más afines. También es cierto, al mismo tiempo, que los posicionamientos contrarios a los llamados derechos sexuales no encajan bien en marcos de diálogo en los que el pluralismo y la diversidad, aunque sean de otro tipo, se consideran un valor de la convivencia. Aun así, también hay diálogos interreligiosos que acogen la diversidad sexo-afectiva y de género como uno de los temas de necesario tratamiento. Y entonces lo arduo del tema se hace explícito en las conversaciones, porque la inmensa mayoría de las personas que se sienten religiosas y LGBTQ+ (o afines) son el testimonio vivo de esa incomodidad.

La cuestión no es fácil y, sin embargo, los desafíos que plantean son fundamentales para avanzar en la convivencia en las sociedades plurales en las que vivimos. El cruce de la cuestión religiosa con la diversidad sexual pone en juego cuestiones clave como la protección de las libertades de las minorías, pero también, muy especialmente en este caso, la definición y relación de lo público y lo privado, algo que importa a todas las personas con independencia de su confesión y sexualidad. En numerosas confesiones existe una cierta literatura confesional, no necesariamente oficial, orientada a la reconciliación de la doctrina con la homosexualidad, o a la relectura de las convenciones tradicionales de acuerdo a la realidad emergente de la diversidad sexual contemporánea. Cada cual en su comunidad conoce su teología y su dharmología queer, como suele llamarse en lengua inglesa, pero también son necesarias las perspectivas más amplias, que permitan acomodar al mayor número de opciones personales y colectivas posibles, y alcanzar consensos de convivencia mayores y más estables, al tiempo que se respetan las creencias de todas las personas. Esta necesidad de profundizar en el pluralismo parece hoy en día aún más urgente en la medida en que la intersección entre religiosidad y sexualidad LGBTQ+ se ha venido presentando últimamente como una suerte de incompatibilidad esencial, algo que desde el punto de vista de la diversidad religiosa no tiene sentido y dificulta esta y otras dimensiones de la convivencia.

Asumiendo que ya solo hablar del tema implica agitar las incomodidades, y sin entrar en las convicciones confesionales que son competencia exclusiva de cada persona y comunidad, quisiera compartir algunas reflexiones puntuales, incómodas, pero compartidas desde el convencimiento de que abordar temas enojosos es necesario para convivir y trabajar conjuntamente por una sociedad mejor, sea lo que sea eso, pues de definirlo precisamente se trata.

La persecución conjunta de la diversidad religiosa y la sexual

La historia muestra una cierta coincidencia de la persecución de la homosexualidad con el auge de la persecución de la disidencia religiosa. Esta es una de esas verdades desagradables de las que se habla poco, porque hablamos poco de diversidad sexual, y sin embargo podría ser muy relevante considerarlo. Las primeras legislaciones que sancionaron prácticas concretas que hoy relacionamos con el sexo entre personas del mismo género coinciden con la persecución del paganismo y la consolidación del cristianismo romano como religión de estado, como muestran los códigos de Teodosio en el siglo IV o de Justiniano en el siglo VI. Sin embargo, es a partir del siglo XI, durante las cruzadas, cuando se extiende ampliamente en Europa una asimilación inopinada entre diversidad religiosa y prácticas sexuales atípicas, en concreto, la asimilación de la sodomía con el Islam se convirtió en una constante muy popular del imaginario europeo. Y, como la persecución misma, la cosa no quedó ahí.

La propaganda antisemita entre los siglos XII y XVI presentaba a los varones judíos como sodomitas de forma habitual, yuxtaponiendo esto con otros pánicos morales de la época, como el sacrificio ritual de niños, los pactos diabólicos y las conspiraciones para acabar con la Iglesia, como se describe en el popular Libro del Alboraique. Y las mismas acusaciones fueron cayendo sobre las distintas heterodoxias cristianas, como es conocido en los casos de albigenses y cátaros. También es muy conocida la atribución de prácticas que hoy consideramos homosexuales en el proceso de persecución de los templarios. Las acusaciones contra disidentes cristianos son llamativas porque parece improbable que los heterodoxos, a menudo fuertemente ascéticos, y dispuestos a ser quemados vivos en defensa de sus convicciones, pusieran tanto énfasis en el hedonismo sexual que se les atribuía. De hecho, a menudo estos herejes acusaban a su vez a la Iglesia romana con la que discrepaban de las inmoralidades diversas de las que ellos eran acusados. A fuerza de yuxtaponer herejía y sodomía en las acusaciones, la diversidad sexual terminó inesperadamente asociada a la deslealtad religiosa y política, es decir, a las minorías religiosas y a la traición, aunque no tuvieran nada que ver una cosa con las otras.

Estas persecuciones, y el auge de la obsesión con la sodomía, se dieron en momentos de uniformización religiosa y centralización política en el continente. Hoy sabemos que las campañas contra la comunidad judía o los restos de la llamada Orden del Temple tenían motivaciones económicas relacionadas con las deudas de los perseguidores. También sabemos de los intereses territoriales y políticos que animaron la campaña contra los albigenses y la persecución del catarismo, que significaron la redefinición de las lealtades políticas, fundamental para la consolidación de la monarquía como institución. Como en el caso de las cruzadas, la cuestión sexual no tenía un papel central en las motivaciones que animaron las persecuciones, ni tampoco un fundamento cabal, sin embargo, el imaginario de una sexualidad atípica contribuyó a la construcción de una mitología del gran enemigo tardomedieval: el hereje, traidor y sodomita, el chivo expiatorio de las tensiones políticas de la época.

Hoy en día, se pueden escuchar y leer asimilaciones del mismo estilo en la prensa, lo que sin duda es otra de esas cuestiones incómodas en torno al tema. La reciente invasión de Ucrania por parte de Rusia ha sido justificada como una defensa del cristianismo contra los “desfiles gays” (ver en The European Times), aunque no es difícil ver otros intereses en la guerra entre los dos países, tanto económicos, como territoriales y relativos a las lealtades nacionales. También en 2001, “los gays y las lesbianas” fueron acusados de haber provocado los ataques terroristas del 11 de septiembre en Estados Unidos (ver en The Guardian), pero tampoco es difícil ver otros factores. Los antecedentes sugieren que las acusaciones podrían extenderse a otras poblaciones, ¿estamos ante otro chivo expiatorio de las evidentes tensiones políticas de nuestro tiempo?

Más allá del supuesto antagonismo

El análisis en profundidad de ese tipo de declaraciones puede enredarnos mucho, ciertamente, pero la cuestión es que estas retóricas están representando una contienda entre lo que aparentan ser dos bandos enfrentados, y convirtiendo un asunto marginal en un tema aparentemente central, además de dificultar enormemente un diálogo sereno. Marco Derks y Mariecke van der Berg han explorado los factores detrás de la formación de este aparente antagonismo de la política contemporánea (Public Discourses about Homosexuality and Religion in Europe and Beyond, 2020) y han destacado dos grandes pugnas de fondo relacionadas con la convivencia en sociedades religiosa y culturalmente plurales: por un lado, la eterna pugna por definir la identidad colectiva de esa sociedad plural, y, por otro lado, la preocupación por redefinir y acomodar lo público y lo privado garantizando el derecho a la diversidad de creencias y valores.

Podemos ver el primer factor, la pugna por definir la identidad colectiva, en el contexto de la Unión Europea, en el que una parte de las diatribas sobre derechos de las personas LGBTQ+ se han relacionado con las formas en que cada cual imagina la identidad europea. Aunque pudiera haber otras Europas imaginarias, distintos actores políticos, se han venido empeñando en oponer una Europa secular e inclusiva y una Europa cristiana y selectiva. Tanto las políticas migratorias como las políticas sexuales se han visto envueltas en la discusión sobre la identidad europea y en el juego de posiciones. Otras cuestiones, quizá más fundamentales, como las territoriales y las económicas, no han tenido tanta presencia en la discusión sobre la identidad.

Una parte del antieuropeísmo, interno y externo a la Unión, ha querido contribuir a la discusión presentando la Unión Europea como una herramienta para la homosexualización e islamización del mundo, que es el imaginario alrededor del concepto de Гейропа (gayropa, contracción de las palabras gay y Europa), que surgió en la anterior guerra entre Ucrania y Rusia, y que se ha extendido rápidamente en el Este continental. Hoy parece que las diferencias de aceptación de la diversidad sexual en el este y el oeste de Europa, coinciden con las diferencias en la aceptación de otras formas de diversidad, incluida la religiosa (ver informe del Pew Research Center). Al mismo tiempo, también cierto europeísmo ha aprovechado la discusión sobre los derechos sexuales para redefinir su progresismo en un contexto en que el liberalismo económico ya es doctrina general y los posicionamientos en política económica no sirven más como elementos diferenciadores para el votante. En este marco, la centralidad de la cuestión sexual en un debate sobre identidades colectivas de un continente es tan sorprendente como la escasez de referencias a la economía y las relaciones territoriales ¿serán la economía y el territorio los que nos empujan a buscar chivos expiatorios y enemigos míticos?

La preocupación por redefinir y acomodar lo público y lo privado es un desafío más claramente planteado por la intersección de lo religioso y lo sexual. Este debate es de sobra conocido entre quienes piensan y viven el pluralismo religioso u otros. Por lo que respecta a la emergencia del activismo LGBTQ+, ciertamente representa un cuestionamiento de las convenciones sociales acerca de lo público y lo privado, si bien, su punto de partida concreto era la crítica a la discriminación pública ejercida sobre las personas por razón de su vida privada. Y esto mismo es el argumento principal de la llamada “ciudadanía religiosa” también: debe haber una vida pública segura, en la que los poderes encargados de gestionar lo público garanticen que las personas no van a ser discriminadas, agredidas ni difamadas por sus creencias y prácticas privadas. Resolver el puzle de lo público y lo privado en una sociedad plural y pluralista no es sencillo, pero eso es lo que tenemos entre manos hoy por hoy.

Desenredar la incomodidad

Aunque abordar las demandas y desafíos planteados desde el activismo LGBTQ+ tiene interés por sí mismo, en la medida en que nos invita a reflexionar sobre la protección de las minorías y la convivencia general en sociedades plurales, la presencia de un imaginario inflamado constituye un obstáculo evidente para esta y para cualquier otra conversación. En este sentido, desenredar la madeja de las exageraciones y las persecuciones requiere tomar los elementos del debate de uno en uno.

Como suele mencionarse a menudo, una primera cuestión a tener en cuenta es que la realidad sociológica detrás de la intersección de religión y diversidad sexual indica que ambas cosas no son enemigas, sino que conviven pacíficamente en la vida de numerosas personas y en las actitudes de las sociedades. De acuerdo con la Encuesta Mundial de Valores, entre quienes consideran la homosexualidad siempre aceptable, es mayor el porcentaje de personas religiosas (55%) en Europa, que las personas sin filiación religiosa con la misma opinión (44%). En España, y según la última encuesta sobre religión, de 2017, sólo el 11% de los creyentes encuentran las relaciones sexuales entre personas del mismo sexo inaceptables (CIS, Estudio 3194). Además, la encuesta de relaciones sociales y afectivas de 2021 indicaba que un 38% de las personas que se identifican como LGBTQ+ son también personas religiosas (CIS, Estudio 3339). Estos datos pueden interpretarse de muchas formas, pero al menos sirven para explicitar que el presunto antagonismo entre religión y homosexualidad no es un reflejo de la sociedad.

Otro lugar común a la hora de reubicar la discusión sobre la sexualidad entre personas del mismo género consiste en hacer explícito que las distintas religiones han tenido perspectivas históricas diferentes respecto al tema. En las tradiciones basadas en el dharma, el rol de la sexualidad en la vida espiritual tiene matices diferentes de los que se dan en las religiones abrahámicas, incluyendo versiones de lo que en antropología dio en llamarse el tercer género. En distintas épocas, las propias religiones abrahámicas han tenido una actitud indiferente a la homosexualidad, derivada del desinterés espiritual de la sexualidad en general. De hecho, si no fuera por “activistas” de la homofobia como Pedro Cantor en el siglo XII, quizá este tema no se hubiera convertido repetidamente en un motivo de persecución, ni la persecución hubiera llevado a los perseguidos a perseguir, a su vez. También las formas de religiosidad basadas en la naturaleza presentan actitudes de cierta indiferencia ante la homosexualidad y, en algunos casos, también se reconocen más de dos géneros, que en ocasiones es estrictamente una imposición occidental.

Una perspectiva desde la diversidad de lo religioso puede contribuir especialmente a desenredar la incomodidad del tema, no sólo mostrando que el antagonismo entre religión y homosexualidad no es tal, sino también ayudando a salir de la representación dicotómica de lo religioso y lo secular, y previniendo de la tendencia a usar el propio término “religión” de forma que sólo se refiera a ciertas confesiones, y excluyendo puntos de vista que legítimamente forman parte del panorama y de los actores relevantes en la construcción colectiva de la convivencia plural. Además, considerar la diversidad religiosa al tiempo que la diversidad sexual también puede ayudar a corregir los excesos del énfasis en las identidades. Al menos desde los años 90 del siglo XX las demandas de derechos de las minorías se han venido expresando en términos de identidades colectivas, pero ello también ha contribuido a crear estos escenarios de conflicto marcados por la identificación de bandos, incluso cuando no los hay. Esta situación, que es en el fondo una paradoja propia de las políticas de identidad, debe seguir evolucionando hacia políticas de la convivencia, redefiniendo el acomodo de las personas y los colectivos, sin caer en el enfrentamiento por las identidades, y poniendo atención en las intersecciones, cruces y coincidencias que facilitarán el entendimiento.

Finalmente, los desafíos ideológicos, teológicos, dharmalógicos y morales siguen ahí. Los desafíos planteados desde el activismo LGBTQ+ no deberían conducirnos a un atasco en simplificaciones de tipo derechos sexuales sí o no. Al contrario, constituyen una oportunidad más para seguir reflexionando sobre la afectividad y las emociones, el papel del cuerpo y la sensibilidad en la experiencia humana o el significado de las relaciones, que son cuestiones de cierta profundidad e interés general cuya importancia nunca ha sido menor, y que hoy en día podemos explorar desde la riqueza del pluralismo y la diversidad de creencias.

Cómo citar este artículo

Cornejo Valle, Mónica, "LGBTQ+, unas siglas incómodas en el marco del pluralismo religioso", Cuestiones de Pluralismo, Vol. 2, nº1 (primer semestre de 2022). https://doi.org/10.58428/MKLE8501

Para profundizar

  • Boswell, John. (1992). Cristianismo, tolerancia social y homosexualidad. Barcelona: Muchnik.
  • De Stefano, Matías y Pichardo, José Ignacio. (2017) “La extraña pareja: religión y lesbianas, gays, bisexuales y transexuales en España”. En Parisi, Rosa (Ed.) Coreografie familiari fra omosessualità e genitorialità. Pratiche e narrazioni delle nuove forme del vivere assieme (31-50). Canterano: Aracne editrice.
  • Derks, Marco y van den Berg, Mariecke (Eds.) (2020). Public discourses about homosexuality and religion in Europe and beyond. Palgrave Macmillan. https://doi.org/10.1007/978-3-030-56326-4
  • Taylor, Yvette y Snowdon, Ria (Eds.) (2014). Queering religion, religious queers. London: Routledge. https://doi.org/10.4324/9780203753040

Suscríbete
a nuestros contenidos